Un maratón especial
Hacer esta pequeña crónica de la maratón de Berlín no me va a resultar tan fácil como me esperaba, pues pretendo huir de los fríos números de los tiempos para intentar reflejar todos los sentimientos que se han agolpado en quienes hemos estado allí, viviendo este impresionante evento deportivo, que acaba en las inmediaciones de la mítica Puerta de Brandeburgoy que supera a todo lo que había vivido en otras salidas al extranjero..
La idea de acudir a esta prueba surgió, hace muchos meses, en uno de nuestros tradicionales desayunos tras acabar uno de nuestros entrenos por el Pinar de Antequera. Partió de los grandes culpables de que hayamos desembarcado en Berlín: Yoli y Rubén, que nos han arrastrado -la verdad es que a algunos nos va la marcha- a esta bendita locura a la que pronto se sumaron el resto de la cuadrilla que hemos desembarcado en Berlín: Antonio Primo, Jesús Macho y Juan Carlos. Son los que nos han llenado de ilusión para enfrentarnos de nuevo a la mítica distancia del desdichado Filípides, son los que con sus ganas nos han hecho más fácil entrenar por ese carril bici hacia Puente Duero, que hemos dejado inservible de tanto usarlo. Ellos son los culpables de esta historia y ellos son sus grandes protagonistas, simplemente, aunque sé que nos les gusta que lo diga, era su maratón y ¡¡cómo lo han hecho por las calles de la capital alemana!!
Han sido de cuatro meses de entrenamiento muy duros, con el objetivo de que Rubén hiciese 2:50 en su segundo maratón y que Yoli debutase con seguridad en los 42.195 metros, aprovechando que era su viaje de novios. El compañerismo mostrado por los Manolos, Óscar, Noa, Mercedes, Paz, Javi, Alfonso, Jesús, David, Juan Carlos, Sergio...ha sido muy superior al que he visto en otras ocasiones que alguien ha preparado un maratón. Todo el Pinar se ha volcado con los que estábamos entrenando para Berlín.
La prueba y lo que la rodea es simplemente impresionante, todo a lo grande, todo muy ordenado, todo muy germánico. La ciudad se vuelca con un acontecimiento que dura todo el fin de semana incluyendo un espectacular maratón de patines. Una feria del corredor bestial, en la que tardas 15 segundos en coger tu dorsal, una atención al atleta espectacular...
Una de las cosas que creo que nunca olvidaremos es la llegada en autobús a las 7:30 a la salida a la explanada del Reichtag. Esa imagen de los 41.000 corredores cruzando silenciosos las barreras de seguridad, concentrados ya en la carrera, esa ingente cantidad de gente que cargada de geles, isotónicos, poniendo sus gps en marcha se dirige a la explanada de concentración para irse cambiando, dejando en los roperos el cambio para después de la carrera...Esa marea humana en la que, camino del cajón de salida correspondiente, se mezclaba el frío de la mañana, los nervios, la tensión, con la alegría y las risas de la fiesta que para muchos de nosotros es esto del correr.
La carrera recorre, en una sola vuelta, toda la ciudad. Todo el circuito se presenta cubierto de gente, con decenas de bandas animando a los participantes a culminar el reto que siempre supone un maratón, que sólo con finalizarlo en el tiempo que sea es un triunfo enorme pues has llevado a tu cuerpo a su límite. Allí estaban nuestras familias en el 11, en el 21, en el 41... animándonos con sus banderas de España, de Castilla y León y, por supuesto, la del Pucela, dándonos ese grito de ánimo en castellano que tanto se agradece en tierra extraña.
Lo mejor, la llegada, por un lado, ese giro a izquierdas y entrar en la calle en la que te espera la puerta de Brandenburgo al final es, simplemente, algo impresionante para cualquier corredor al que le circule sangre por las venas. Por muy agotado que estés - y lo estás tras 41 kilómetros de carrera-, sacas fuerza para cruzar ese simbólico monumento y encaminarte al cronómetro final. Y por otro lado, ver las caras de todos mis compañeros en la meta, de Antonio, de Jesús, de Juan Carlos, y sobre todo, de los protagonistas de este maratón, de Yoli y de Rubén, es algo que jamás podré olvidar. Todavía hoy, escribiendo estas líneas se me ponen los pelos de punta y me emociono recordándolo.
Uno con 2:49 y la otra con su 3:36, pero más allá de los tiempos está esa satisfacción de recoger los frutos del trabajo bien hecho, en el caso de los dos, siguiendo las pautas de nuestro querido Juan, de las horas pasadas en agosto bajo el sol pucelano, de los sacrificios vividos, del decir no a esa fiesta o a esa croissant. Esas caras de felicidad a pesar del esfuerzo realizado, con la medalla del maratón colgada en el cuello, simbolizan todo lo que para cualquier corredor suponen los 42.195 metros. Toda una experiencia, que alguien que no participa en ella no entenderá seguro, pero que el que disfruta de ese sano vicio que tanto engancha comprenderá perfectamente.