El rival amigo
La historia del Valladolid y del Betis está llena de encuentros y desencuentros, y por ende, de sus aficiones. Pero entre la grada blanquivioleta un reducto de banderas verdes demuestran que ésta es una historia de amistad. Que, como ellos dicen, "ser del Betis es una religión, un sentimiento" pero jamás discuten de fútbol, y menos con una amiga de hace diez años.Esta es la historia de Ismael "Chipi", Isra, "Chico" y Pepe, que aunque ya han venido a Valladolid, es la primera vez que ven un partido en Zorrilla. Junto a ellos, sus anfitriones, Virginia, junto a su marido Pablo y su hermano David.
Ésta es una historia que va más allá de alineaciones indebidas o de que Benjamín sea el traspaso más caro del Valladolid. Se pasean por la Plaza Mayor "en amor y compañía", encontrándose con otros béticos con los que se ponen a cantar. "Nos marchamos nada más acabar el partido... con los 3 puntos", decía Pepe el sábado tomando un café.
Y, aunque no ha sido así, se pueden marchar orgullosos de haber compartido 90 minutos en los que cada uno animó a su equipo, sin acritud, equipados con sus colores, protestando los cambios del Betis, deseando que saliera el sol para atenuar el frío, pidiendo la hora, intercambiando bufandas... y al final, la cara y la cruz de una misma moneda.
¿Y qué opinan de esa rivalidad? "Nosotros sólo somos enemigos del Sevilla... bueno, y del Jerez también", se ríen. "Queremos estar con los amigos, podíamos habernos sentado con los aficionados en la otra punta, pero no", explica Chipi. "De fútbol no se discute, y mira que nos damos caña con los compañeros de trabajo sevillistas, pero nada más", añade.
Son socios desde hace más de 20 años, "toda una vida dedicada al Betis", dicen porque "del Betis uno no se hace, se nace". Y para muestra, las fotos de sus sobrinos con el carné y la camiseta verdiblanca en el mismo cuco del hospital. "El que no quiere al Betis no quiere a su madre", y con esta frase resumen todo su sentimiento. "Tenemos mucho que aprender de ellos", asegura Virginia, que reconoce que lo pasa mal cuando se encuentran con otros aficionados béticos o, pero aún, cuando los vallisoletanos les reconocen que son mejores y les piden que no ganen el partido.
"Cuando estuvimos allí fue espectacular, el estadio vibraba, la gente no paraba de cantar, bailar, gritar...", recuerda Pablo de la única vez que han estado en el Benito Villamarín, cuando ambos equipos se jugaron el descenso en un agónico partido en 2009, del que finalmente el Betis bajó a Segunda División. "Es que es un sentimiento muy grande, se te ponen los pelos de punta cuando ves salir a los jugadores", explica Pepe mientras muestra en su teléfono las fotos de sus viajes, en todas con su camiseta verde: Croacia, Egipto, Tailandia, Grecia...
Pero ésta vez la moneda cae de cara para los pucelanos, que aplauden y respiran un poco más tranquilos con su segunda victoria consecutiva. Los sevillanos acaban el partido cabizbajos, echando cuentas de a cuántos puntos están del segundo puesto. Pero enseguida se funden en un abrazo, ante todo la amistad. En lo que todos coinciden es en que no quieren jugarse entre ellos las eliminatorias de ascenso. "Nosotros lo necesitábamos más", dicen los vallisoletanos al despedirse mientras ellos ponen rumbo en coche a Sevilla, sin comer y... sin los 3 puntos.