




1-1: El autoengaño
En el décimo empate de la temporada, el Real Valladolid de Juan Ignacio Martínez volvió a engañarsé a sí mismo con un partido lleno de defectos y carente de virtudes. Otro encuentro en el que parece que mereces más, que juegas mejor, que pones más voluntad y en el que al final el rival se lleva el mismo botín o más que tú. Parecer no es la realidad. Porque el Valladolid es un equipo pardillo, que se agota físicamente y el contrario lo aprovecha sin vaciarse. Pero en el Pucela actual muchos se creen sus propias mentiras. Decía el presidente al término del encuentro que el Levante tiró una vez a puerta y marcó un gol. No es difícil recordar más intervenciones de Mariño que de Keylor Navas.
Y en las mismas anda JIM en sala de prensa. No puede mostrarse satisfecho ni con el juego, ni con el resultado. Pero lo hace y cae en la trampa de enviar un mensaje de conformismo alarmante. Se da por hecho que en el vestuario piensa otra cosa bien diferente. O es que se conforma con muy poco porque es consciente de que tiene muy poco. Es otra posibilidad. El Real Valladolid depositó su juego a un fallo del Levante que, ordenado, esperaba sin sufrir. No lo hizo ni en jugadas a balón parado, ni con el esférico en movimiento. Aguardó su momento, y llegó cuando en el minuto 25, tras haber defendido seis córners y dos faltas al borde del área, tuvo su primera opción en la estrategia y Casadesús enjauló el balón en la portería de Mariño. El Real Valladolid cometió un fallo y encajó un gol; el Levante tuvo un acierto, y marcó un gol.
Y un capítulo más, el Real Valladolid se obligó a remontar. Lo requería la situación y el empuje de un afición catalogada de fría, pero de meritoria presencia en un viernes para lo que sus jugadores le ofrecen. Que es, básicamente, apretar un poco el acelerador cuando se ve por debajo en el marcador. Lo hizo incluso esta vez con menos intensidad que frente al Elche. Y menos mal que Guerra se empeñó en marcar, porque sino el drama hubiese sido de los importantes. El veleño, tras una jugada de un enloquecido Valdet Rama, buscó el balón y encontró un remate que sorprendió a un tapado Keylor y que sirvió para colocar el 1-1.
El Levante durmió el partido y puso de su lado a Estrada Fernández, que debía tener al igual que los granotas un chárter para volver a su casa. Las prisas del Valladolid por jugar eran las prisas del árbitro por acabar. Caparrós se adueñó de un partido que se fue consumiendo sin que Manucho, que reemplazaba a Osorio, apenas tocase un mísero balón.
Y así, otro punto. Con la sensación de muchos de los anteriores: que en realidad no sirve para mucho pero que menos es nada. Una mentira como un piano. Y el director de orquesta debe decidir ahora que teclas cambiar.