Fútbol  |  Mundial de Sudáfrica

South Africa: Shinny happy people

Escrito por
Pedro Alonso

Antonio Aragón, enviado especial


Estamos a 24 de junio. Han pasado algo más de diez días desde que llegamos a Sudáfrica y, de repente, me aturulla la canción de los REM. Me vale. Y mucho. Está siendo el viaje de mi vida. La aventura más honrosa y que más estoy exprimiendo. No lo digo por los lugares que estoy visitando ni las actividades que estoy realizando, que también. Aquí hay mucha gente con una felicidad que brilla, que broncea tu ánimo y te da lecciones constantemente. Es el tiempo para África y el continente negro devuelve la oportunidad con una sonrisa alargada.


¿Problemas de seguridad? Ninguno. Todo lo contrario. Nos hemos sentido muy seguros en sitios que, a priori, no lo parecían. Howizit o qué tal amigo. Hey, boss. Whats going on? Y a los cinco minutos, cuando contamos nuestra historia, nuestro proyecto y cómo estamos disfrutando Sudáfrica ganamos amigos para siempre.


Muchos de ellos, por no decir la mayoría, hacen oídos sordos al rugir de sus estómagos gracias al fútbol, a los Bafana Bafana, a los cuales tuvimos la oportunidad de animar ante Francia junto a unos seis mil sudafricanos en el mítico barrio de Soweto. Una experiencia tan rica y enriquecedora como nuestra visita a una comunidad en Lesotho.


Las desigualdades son marcadas, opuestas, y se pueden contrastar en escasos kilómetros (del lujoso Florida Road al lúgubre mercado de Victoria Market Street). Pero, curiosamente, la felicidad emana con aroma a especias de los sujetos que menos tienen. Con un gesto diminuto, un regalo tonto, se vuelven locos. Del sorteo de posters, la cajetilla de fortuna, los bolis y caramelos en Lesotho a una simple foto que piden que les enseñes. Risas contagiosas. Epidemia de felicidad que ojalá alcanzase occidente.


Pero antes de dar, el pueblo sudafricano ya se ha postulado para tenderte una mano sin saber que les puedes llegar a coger el brazo. Stick, Manga y sus secuaces del bed and breakfast en el que nos hemos hospedado (Eddies), las cocineras, los amigos del Fan Fest, el Dj Michael Tello, Papi, del Cool Runnings -Reagge Club-, el fotógrafo King Zorro, Joshua, Ivan, Ziggy y Zee del Amphitheatre Bacpackers y tantos otros que no menciono por falta de memoria o por no saber su nombre. Lo siento tanto.


El buen Karma fluye en el ambiente si tu quieres que fluya. Nosotros si hace falta lo transportamos y, eso, nos lo agradecen sea de la forma que sea. También con limosnas llegadas por la insistencia o las historias inverosímiles. Me han robado y tengo que volver a casa, me faltan 5 rands para una hamburguesa... Diversos discursos. Credibilidad variopinta. Otras, se producen después de que te partan el alma. Maldito pegamento.


Son diez días de odisea. No ha faltado la parte cultural, pues nos hemos interesado siempre y en todo lugar por los problemas del pueblo sudafricano, por sus costumbres, por su corta e intensa. Una faceta completada con la visita al acuario Ushaka Marine y al museo de serpientes, tarántulas, reptiles y batracios. Impolutos, puntillosos y adictivos, más aún con la reflex entre las manos.


Asimismo, comprobamos la cruda pobreza existente en Durban con la visita guiada al Victoria Market Street a cargo de D.R. Naran, un indio dueño de las dos tiendas más opulentas del recinto que se ofreció a mostrarnos la vertiente más peligrosa y triste del mercado, así como el cementerio y la mezquita que le suceden.


El día del partido ante Suiza fue más triste, sobre todo por el doloroso anochecer en el que nos tocó digerir la derrota. Se logró gracias a los ánimos de los nuevos amigos, los cuales fuimos conociendo a lo largo del radiante día en el Fan Fest y en el Casino Sundcoast, el mismo emplazamiento en el que padecimos la desorganización en cuestión de venta de entradas. 16 de junio, el tiqui taca se pega su primer batacazo cuando Sudáfrica celebra el día de la Libertad.


Al día siguiente, después de conocer más del centro de Durban. Alucinamos con un club de Reaggea jovial y divertido. Australianos curdas y sudafricanos bailongos. Personajes entrañables y ganas de más. A la salida, el niño de mirada perdida que esnifaba pegamento y al que timó su colega con los 100 rands que les dimos para los dos nos espera. Nos pregunta que le habíamos dado a su amigo. Le damos otros veinte.


Tras cinco días en Durban, viajamos hasta Johannesburgo. Nos instalamos en casa de Michel, el libanés, conocemos a los malagueños y a los argentinos Gabi y Marcos y nos dirigimos sin reposar a las montañas de Drakensberg, al Amphitheatre Backpackers. Un curioso y maravilloso ambiente en albergue para mochileros con sauna, jacuzzi, mini-rocódromo, billar, barbacoa, pantalla gigante, sofás, camas litera y una decoración africana que nos hipnotizó desde las primeras cervezas baratas en torno al tapete, las bolas y los palos.


Malagueños, argentinos y vallisoletanos nos desternillamos con jugadas imposibles, saltos enajenados y las palabras de Maradona. Dormimos entre risas antes de visitar una comunidad en Lesotho que cuya filosofía de vida nos cautivó, al mismo tiempo que nos estremeció sus nulos recursos para prosperar. Bendita educación.


Viven sin electricidad y trabajan la tierra y el ganado para subsistir. Valoran el trabajo y son felices con lo poco que tienen, pues no necesitan nada más. Bueno, sí precisan de la ayuda de la prosperidad. Mamauate, la profesora principal de su escuela nos regala una disertación conmovedora que me obligó a flagelar mi conciencia con sarna. Las gafas de sol me cubren del ridículo del llanto.


“Estos niños necesitan ayuda. Son la luz de la vida para este pueblo. De unos 160, unos ochenta no tienen padre, madre u ambos. Sólo el cuarenta por ciento acuden al instituto. Todavía no hemos recibido una ayuda para la escuela que el gobierno nos prometió hace años, pero somos fuertes. Mi marido está enfermo, pero aquí tengo 155 niños que me necesitan. En cada familia hay entre ocho y diez niños. Es el problema de no tener educación, que es lo que más le hace falta a este pueblo que vive en paz, porque me corto la cabeza si veo a alguien estresado”, explica con claridad y convicción Mamauate.


Notas de un acercamiento a una cultura diferente que cree en la reencarnación, que hace las casas redondas para impedir que entren los espíritus, que mima a su ganado y que cura sus enfermedades con medicina y hierbas naturales. El hospital más próximo lo tienen a 135 kilómetros. Espartanos que a los 14 años tienen que vivir seis meses alejados de la comunidad después de haberles practicado la circuncisión. Ya son hombres a los que se les diferencia de las mujeres porque llevan las mantas que le regalaron los ingleses por encima de los hombros. Las mujeres, a modo de falda.


Al día siguiente teníamos programada otra excursión. Menos cultural, más extrema. Senderismo-escalada al Amphitheatre Hike, que separa Lesotho del área Zulú Natal. Ziggy nos guía por un terreno empedrado, angosto y duro. Parajes inmensos, dimensiones abruptas, hielo y las segundas cataratas más altas del mundo, las Tugella Falls. Después, de regreso a la furgoneta, plantamos batalla al vértigo al bajar por unas escaleras pegadas a un desfiladero. El remate a una jornada que nos deja molidos y una importante criba fotográfica.


Estamos a 22. Regresamos a Johannesburgo, pues es día de partido de la selección española. No tenemos entradas y , por eso, sondeamos diferentes Fan Fest hasta que recalamos en el de Montecasino. Un complejo espectacular con forma de castillo que está plagado de restaurantes y tiendas que preceden a las mesas y máquinas de juego. Una ruleta infame y nos vamos a una pantalla en la que éramos los únicos españoles. Eso sí, no fuimos los únicos que animamos a una Roja que me dejó un sabor agridulce. Debería haber metido muchos más a una penosa Honduras.


Break dance sudafricano y ganas de aprender nuestras canciones. Enseñamos sin dilación y ganamos más partidarios a nuestra causa. Apaciguan nuestro principio de hipotermia. Hasta ahora, los días sudafricanos están siendo sublimes. Sol radiante y una media de veintegrados, aunque, al anochecer, mejor no estar mucho tiempo en la calle si no andas muy abrigado.


La Roja ganó y depende de si misma. Pretoria nos espera, pero, antes, nos queda por relatar dos días en Johannesburgo. El primero de ellos nos lo marcó el último partido de los Bafana Bafana, el cual vimos en Soweto, el mítico barrio marcado por el Apartheid. Sudáfrica jugó muy bien, ganó a Francia, pero no pudo clasificarse. Una pena, dado que el color, el entusiasmo y la pasión que palpamos en Soweto se lo merecía.


Las vuvuzelas no cesaban, con cada gol bullía el ambiente y el ritmo te forzaba a contonearte, a bailar de alegría por un hecho histórico y por poder abrazarte con tanta gente de raza diferente sin temor a cualquier ataque. El Karma fluye y siempre recibes en virtud de lo que das. Gabi, el argentino, sin saber nada de inglés, sólo era capaz de decir: “Los amo a todos”. Yo, también.


Niños, madres, adolescentes y las encargadas de la limpieza sucumbían al Waka-waka. Daba igual la eliminación. Su equipo de fútbol había dejado el pabellón bien alto y eso es motivo suficiente para que la Jabulani, aunque sea martes, no se detenga.


Nosotros no podemos hacer otra cosa que unirnos a la conga y seguir conociendo al publo sudafricano mientras España coge la directa hacia la final. Cada vez son más los adheridos. El puente esta casi edificado.