Noventa minutos de sufrimiento, otra temporada de ilusión
Pero para poder sonreír, la afición pucelana tuvo que pasar más de 90 minutos de eterno sufrimiento. Y no porque el rival de Zorrilla pusiera en grandes aprietos al conjunto blanquivioleta, sino porque todos sabíamos que se tenía que dar una carambola que para la mayoría era complicada y para el resto, casi imposible.
“Tenemos que ganar, que pierda el Almeria o que no gane el Éibar”. Era el eslogan que se oía una y otra vez entre los aficionados que desde las seis de la tarde se agolpaban a las puertas de Zorrilla. “Hoy sí, hoy vamos a tener la suerte que se nos ha negado durante casi toda la temporada”, decían los más optimistas. Eso de los que abundan pocos por estos lares.
Y ese optimismo se fue encogiendo más si cabe entre la parroquia pucelana cuando se habían consumido los primeros 45 minutos de partido sin que se hubiera movido el marcador. Es verdad que, en los otros campos, los resultados si comenzaban a colaborar. El exvallisoletano Nafti comenzaba a cumplir con la palabra dada y “ayudaba” a su Pucela con los dos goles de su Leganés frente al Almería.
Mientras en Alcorcón, el colista de Segunda se resistía a irse con mayor vergüenza su cabe de la categoría y plantaba cara a todo un Éibar. En definitiva, la cuadratura del círculo comenzaba a hacerse realidad y eso se notó en el primer cuarto de hora del segundo tiempo, con un Real Valladolid que salió dispuesto a cerrar su parte del trabajo.
Primero Weissman, con suspense incluido por el maldito VAR, luego el “perdonado” Plata y por último Aguado pusieron un 3-0 que deja esta parte del guion visto para sentencia. A partir de ahí quedaba media hora de angustia y sufrimiento, no por lo que pasaba en Zorrilla sino por lo que podía pasar en otros estadios.
Móviles, redes sociales, radios, preguntas al aficionado de al lado, todo valía para intentar saber lo que pasaba con Almería o Éibar. Un sufrimiento que se disipó cuando llegó otro “Alcorconazo”, que se celebró más en Zorrilla que en Santo Domingo. Cierto es que el empate en ambos campos también servía, y daba incluso el título de campeón de Segunda, pero nadie quería volver a tentar a esa suerte que tan esquiva había sido con el Real Valladolid esta temporada.
Y de la angustia a la sonrisa eterna. El ascenso bien merecía una celebración, aunque fuera algo improvisada. Primero en el estadio, con vuelta al ruedo o himno a capela. Luego en la plaza Zorrilla, con la fuente vallada para evitar sustos. También con cena de la plantilla, que se prolongó hasta bien entrada la noche. Y por último, y ya al día siguiente, con paseo en barco por el Pisuerga, rúa en autocar por las calles de Valladolid y fin de fiesta en la Acerca Recoletos con miles de aficionados soñando por una nueva temporada de ilusión en Primera.