Sudáfrica-Francia en el Fan Fest del mítico barrio de Soweto. Antonio Aragón
Sudáfrica-Francia en el Fan Fest del mítico barrio de Soweto. Antonio Aragón
Sudáfrica-Francia en el Fan Fest del mítico barrio de Soweto. Antonio Aragón
La celebración del gol de España en la grada del Soccer City (final).
Los niños de una comunidad en Lesotho.
Uno de los héroes un día antes del partido ante Suiza.
Fútbol  |  Mundial 2010

Enamorado de África

Lo primero, pido un perdón sincero y avergonzado por la tardanza en escribir sobre nuestras aventuras. Nos ha sido imposible hacerlo antes y me duele por el cariño que guardo a esta página con la que vengo colaborando desde sus inicios y que tanto bien está haciendo al deporte vallisoletano.



Precisamente, allí hemos comprobado cómo el, deporte, el fútbol y la organización de un Mundial ha transformado un país tan complejo y apaleado como Sudáfrica. Una bienvenida colosal de un pueblo del que tenemos mucho que aprender. Ha sufrido durante más de cuarenta años el Apartheid, un invento criminal del hombre blanco para evitar el crecimiento del pueblo de color. Aún siguen teniéndoles miedo



A qué me refiero y por qué empiezo las conclusiones de mi relato con este punto. Es muy sencillo, pues vengo con otra perspectiva, otra visión del mundo y de la mezquina sociedad en la que nos zambullimos una y otra vez con la cara agriada. 



La gente de sudafricana ha vivido el Mundial con una alegría inmensa. Una fiesta continua que se apoderaba de sus calles y de su gente, una gente que te da todo y te jura amor eterno a poco que les otorgas. Algo precioso, como el sorteo de un poster del estadio de Durban que tuvimos que improvisar con nuestros amigos del Bed and Breakfast. Como locos se volvieron con un mísero poster.



Nos pasó algo similar en Soweto, tras el Sudáfrica-Francia, donde tres españoles y dos argentinos no nos cansamos de bailar y abrazarnos a los sudafricanos que se entusiasmaban como chiquillos con nuestra presencia. Cinco blancos entre unos 5.000 negros que agradecieron nuestro apoyo a los Bafana Bafana. Se lo merecían.



Y es que, los problemas de inseguridad a los que se hacía referencia con insistencia antes del campeonato los tiramos por la borda a los dos días. No es que no hayamos tenido ningún problema, más bien todo lo contrario, nos hemos sentido como en casa. Arropados y protegidos. Queridos y guiados.



No obstante, si nos sacudió la pobreza y la marginación. La mirada llorosa de los niños hambrientos y cómo se las apañan para sobrevivir nos impactó, aunque también nos aportó una lección valiosa para nuestras vidas: no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita.



En su caso, su felicidad es contagiosa. Viven el fútbol con una alegría inmensa, envidiable, y el sonido de las vuvuzelas, que tanto ha fastidiado en las retransmisiones deportivas, crea ritmos hipnóticos que te obligan a bailar, a contonearte como ellos. 



Les debemos mucho. No sólo a los que han oficiado de ángeles protectores con nosotros allá donde hemos ido (Kadefi, Mohamed, Sipo, Stick...) sino también a todos ellos que se han vestido de rojo y amarillo para animar a nuestra selección sin que nadie se lo pidiese.



Eran muchos y ruidosos y, a medida que iba avanzando el Mundial, los fanáticos de la Roja, como aquel sudafricano del Fan Fest de la Roja que cantaba con fervor la alineación de Don Vicente, se multiplicaban. De ahí que, nosotros, con nuestra indumentaria, las banderas de nuestro coche y las fundas para nuestros retrovisores, fuésemos agasajados en lo semáforos, los estadios, las tiendas...



Una acogida incomprensible. Una bienvenida maravillosa que, aún hoy, me enternece, como cada vez que recuerdo nuestra visita a una comunidad en Lesotho que mantiene sus costumbres ancestrales, vive de lo que produce, sin electricidad y sólo pide ayuda para la educación de sus niños, su futuro.



Aquel día lloré como hacía mucho tiempo que no lo hacía con las explicaciones de la profesora y jefa de la comunidad y reí con la gracia y la viveza de unos niños que se volvieron locos de felicidad con un bolígrafo y unas pegatinas que les regalamos.



Al día siguiente, escalamos hasta las segundas cataratas más altas del mundo, las Tugella Falls. Un combate contra el vértigo que mereció la pena por las imponentes vistas de las montañas de Drakensberg que divisamos desde lo más alto.



Un paisaje precioso como el de la fabulosa Cape Town desde Table Mountain, a la que subimos en teleférico, o como cualquiera de los atardeceres sudafricanos, inmensos y multicromáticos. Formidables y dispares. Playa, montaña, minas de oro, parajes desérticos y vergeles. 



El cielo de África es más grande y su fauna rica, como pudimos comprobar (una lástima que el dinero no nos llegase para visitar el Parque Krugger) en una reserva natural en la que pudimos hasta jugar con los cachorros de león, al margen de fotografiar cebras, tigres, guepardos, rinocerontes, hipopótamos... 



Riesgo relativo, como el que asumimos cuando hicimos bungee jumping (puenting desde una catarata) o cuando descubrimos por que el sky diving (lanzarse en paracaídas en tándem a 4.000 metros de altura es "como enseñar el sexo a una virgen".



Donde no coqueteamos con el temor fue en el concierto de Ziggy Marley, la emotiva visita al Apartheid Museum, al acuario del Ushaka Marine o el paseo en autobús turístico por la cálida Durban



Más colorido para un viaje intenso y armónico. Triste, en ocasiones, y enriquecedor a cada paso, pues no sólo hemos aprendido sobre Sudáfrica, su historia, la relevancia de Mandela y los símbolos de la lucha contra el Apartheid como Soweto y Sharpeville, sino que también el contacto con visitantes de otros países nos ha aleccionado.



Hemos hecho amigos ingleses, estadounidenses, suecos, chilenos, mexicanos, argentinos, austríacos, alemanes, peruanos y, sobre todo, españoles. Mejor dicho, con algunos compatriotas creamos una gran familia, dado que un partido sí y al otro también nos volvíamos a encontrar.



Celebramos juntos cada uno de los éxitos de la selección. Los octavos ante Portugal, las semifinales ante Alemania y la final frente a Holanda fueron los puntos de encuentro con Manolo el del Bombo, Paco y Pepe, de Sevilla, Alex, el madrileño y sus compinches, los toreros de La Rioja y muchos más con los que nos fundimos en emocionantes abrazos con cada paso firme de la Roja.



En Cape Town nos negamos a abandonar el estadio después de la victoria ante Portugal. Manolo se enfadaba y el cordón policial empujaba nuestro jolgorio hasta la puerta una hora después de que se acabase el partido.



Los cuartos los sufrí en una pantalla gigante con muchos sudafricanos que animaban con furor a España y que se empeñaban en aprender nuestro cancionero.



Las semifinales de Durban ante Alemania fueron espectaculares. Un día entero de intimidación televisiva, timbales, castañuelas, luchadores mexicanos y una victoria histórica que nos condujo a una celebración bestial. Gracias a nuestro amigo Mohammed conseguimos las entradas para uno de nuestros mejores momentos en Sudáfrica.



Después llegaría la final, aunque antes visitamos la concentración española. Estuvimos en la rueda de prensa de Marchena y Busquets antes de adentrarnos por los sets de televisión. Nuestro compañero y amigo vallisoletano Luis Alberto Vaquero ofició de maestro de ceremonias antes de que dejásemos bendecidos a Casillas, Villa y Capdevila. "Está el campo para ti, monstruo".



Y alcanzamos el día clave, la final del Soccer City de Johannesburgo ante la "dirty orange". Todo el día estuvimos buscando entradas en Nelson Mandela Square pero el precio se nos escapaba del presupuesto y de la cordura (mil dólares). Al final, y cuando faltaba algo más de una hora para el inicio del partido, unos asturianos se portaron y nos vendieron dos a 350 euros cada una. Misión cumplida.



Dentro del estadio tuvimos más de un encontronazo con los holandeses, a los que habría que explicarles que el fútbol no es la ópera. Libramos nuestra batalla en la grada y, finalmente, con el gol de Iniesta, nos hicimos con la victoria, pues nadie iba a decirme que no me levantase o bailase junto a mis compatriotas.



Un júbilo tremebundo que precedió a la perplejidad del pitido final. Campeones del Mundo. Increíble. Pellízcame Alfredo que creo que estoy soñando... Ay, cómo duele. El talismán anda suelto. Que Johannesburgo se entere.



Recuerdos que no se irán jamás. Vivencias únicas a lo largo del mes en el que África, por primera vez, fue el centro del planeta. Era su momento y, sin lugar a duda, lo han aprovechado, al igual que la Roja. Todos felices y nuestra vida toma un nuevo rumbo. Sed felices. No cuesta nada.