Nauzet, autor de cuatro goles, es felicitado por Nafti. FOTOS: Photogenic
Fútbol | Copa: Real Valladolid-Nástic
6-0: Bacanal de goles
8 de Septiembre de 2011
El conjunto catalán fue un muñeco. Un peluche achuchable de camisola roja, como "Winnie the Poo", desde los primeros compases del encuentro. Eso sí, plagado de jugadores del filial y de ausencias Dos aproximaciones desde el costado y dos disparos lejanos en diez minutos y el Real Valladolid ya ganaba por 2-0.
En el minuto 4, Víctor Perez se fajó de dos adversarios con inusitada comodidad. Se perfiló el esférico a su pierna buena, la diestra, y desde unos 25 metros, lanzó un misil tierra-aire que tocó en el travesaño y bajó al fondo de las mallas. Precioso.
Un gol para ver en cámara lenta y recrearse. Parecido al que siete minutos más tarde anotaría Jofre. El catalán recogió el balón en una posición similar, unos cinco metros por encima del área, y no caviló. Desató su furia con un disparo certero, raso y cruzado que besó el palo haciendo estéril la estirada de David Valle.
Desde entonces, el Real Valladolid se dedicó a templar la posesión. Elaboró con la paciencia justa como para desesperar al Nástic. Más aún cuando observaba atónito como su ariete Powell se la daba demasiada larga en el uno para uno con Dani Hernández.
Desesperación que se transformó en la más cruel de las pesadillas. Tiene que escocer ver cómo tu rival anota auténticos golazos cada vez que dispara a portería. Y es que, en el minuto 21 de partido, Nauzet, nada más pisar el pico del área, fusiló a Dani Valle por el primer palo. Esencia de confianza. Calidad rebelada. 3-0.
Pasaron diez minutos y se encendieron las luces de Zorrilla. Las de los jugadores, llevaban prendidas algo más de 33 minutos, pues el Real Valladolid no ofrecía únicamente puntería de francotirador. También un juego alegre, carente de urgencias y cabal a más no poder. Desplazaba el balón por todo el ancho de la retaguardia catalana hasta que encontraba el espacio, preferentemente por los costados. Cuando lo perdía, presionaba hasta que lo recuperaba como si se lo hubiese birlado el macarra de último curso.
El festival proseguía. Nauzet estaba hambriento. Quería demostrar su compromiso y lo hizo con clase descomunal. Lascivia relatada con goles, pues el canario animó el guateque con otros dos tantos antes del intermedio.
El primero, en una zona de influencia parecida a su primer "chicharro", aunque, en esta ocasión, el balón atravesó la línea de gol por el medio (minuto 40). El guardameta visitante deambulaba por un paredón de fusilamiento que tres minutos más tarde vio como se incrustaba otro en su hormigón. Nauzet, de nuevo, el autor, aunque esta vez desde el otro costado. Regate humillante y balón cruzado. Una "manita" para cerrar un primer tiempo que concluyó con una demanda por parte del respetable. Pedían media docena.
Tras la reanudación, el Valladolid siguió a lo mismo. A marear la perdiz, tocar y gustarse. Lo hizo tanto que no quedaba otra que culminar los seis goles que pedía el público con una obra de arte. La esculpió Nauzet, por cuarta vez en la tarde-noche de este jueves de fiestas. Una vaselina un poco escorada y a la que la costó aterrizar selló la majestuosa faena del canario, pues cinco minutos después fue sustituido. Sólo le faltó salir a hombros.
El sexto de la tarde provocó que los aficionados se sofocasen con la ola y que radiasen el tiqui-taca blanquivioleta con castizos olés. Un público entregado al que también satisfacía el tesón, el pundonor de sus jugadores a la hora de presionar y robar.
Un soliloquio insultante que no hacía otra cosa que sacar los colores de un Nástic de Tarragona que perseguía sombras. Mientras tanto, alguno desde la grada realizaba etílicas peticiones (¡Saca a Losada...!).
Con todo esto, el partido estaba más sentenciado que la carrera política de Zapatero. Los minutos pasaban y el Valladolid parecía que no quería hurgar más en la lastimosa herida. Se guardó el machete y se dejó llevar por algunos fogonazos que aparecieron antes de que el colegiado Jaime Latre designase el final de un choque en el que el Valladolid sacó un billete de primera clase para la siguiente ronda.
En el minuto 4, Víctor Perez se fajó de dos adversarios con inusitada comodidad. Se perfiló el esférico a su pierna buena, la diestra, y desde unos 25 metros, lanzó un misil tierra-aire que tocó en el travesaño y bajó al fondo de las mallas. Precioso.
Un gol para ver en cámara lenta y recrearse. Parecido al que siete minutos más tarde anotaría Jofre. El catalán recogió el balón en una posición similar, unos cinco metros por encima del área, y no caviló. Desató su furia con un disparo certero, raso y cruzado que besó el palo haciendo estéril la estirada de David Valle.
Desde entonces, el Real Valladolid se dedicó a templar la posesión. Elaboró con la paciencia justa como para desesperar al Nástic. Más aún cuando observaba atónito como su ariete Powell se la daba demasiada larga en el uno para uno con Dani Hernández.
Desesperación que se transformó en la más cruel de las pesadillas. Tiene que escocer ver cómo tu rival anota auténticos golazos cada vez que dispara a portería. Y es que, en el minuto 21 de partido, Nauzet, nada más pisar el pico del área, fusiló a Dani Valle por el primer palo. Esencia de confianza. Calidad rebelada. 3-0.
Pasaron diez minutos y se encendieron las luces de Zorrilla. Las de los jugadores, llevaban prendidas algo más de 33 minutos, pues el Real Valladolid no ofrecía únicamente puntería de francotirador. También un juego alegre, carente de urgencias y cabal a más no poder. Desplazaba el balón por todo el ancho de la retaguardia catalana hasta que encontraba el espacio, preferentemente por los costados. Cuando lo perdía, presionaba hasta que lo recuperaba como si se lo hubiese birlado el macarra de último curso.
El festival proseguía. Nauzet estaba hambriento. Quería demostrar su compromiso y lo hizo con clase descomunal. Lascivia relatada con goles, pues el canario animó el guateque con otros dos tantos antes del intermedio.
El primero, en una zona de influencia parecida a su primer "chicharro", aunque, en esta ocasión, el balón atravesó la línea de gol por el medio (minuto 40). El guardameta visitante deambulaba por un paredón de fusilamiento que tres minutos más tarde vio como se incrustaba otro en su hormigón. Nauzet, de nuevo, el autor, aunque esta vez desde el otro costado. Regate humillante y balón cruzado. Una "manita" para cerrar un primer tiempo que concluyó con una demanda por parte del respetable. Pedían media docena.
Tras la reanudación, el Valladolid siguió a lo mismo. A marear la perdiz, tocar y gustarse. Lo hizo tanto que no quedaba otra que culminar los seis goles que pedía el público con una obra de arte. La esculpió Nauzet, por cuarta vez en la tarde-noche de este jueves de fiestas. Una vaselina un poco escorada y a la que la costó aterrizar selló la majestuosa faena del canario, pues cinco minutos después fue sustituido. Sólo le faltó salir a hombros.
El sexto de la tarde provocó que los aficionados se sofocasen con la ola y que radiasen el tiqui-taca blanquivioleta con castizos olés. Un público entregado al que también satisfacía el tesón, el pundonor de sus jugadores a la hora de presionar y robar.
Un soliloquio insultante que no hacía otra cosa que sacar los colores de un Nástic de Tarragona que perseguía sombras. Mientras tanto, alguno desde la grada realizaba etílicas peticiones (¡Saca a Losada...!).
Con todo esto, el partido estaba más sentenciado que la carrera política de Zapatero. Los minutos pasaban y el Valladolid parecía que no quería hurgar más en la lastimosa herida. Se guardó el machete y se dejó llevar por algunos fogonazos que aparecieron antes de que el colegiado Jaime Latre designase el final de un choque en el que el Valladolid sacó un billete de primera clase para la siguiente ronda.