4-0: Trata de arrancarlo, Carlos
El Real Valladolid se ha metido en un lío. En un lío serio. De los gordos. Un follón que requiere acción, movimientos de algún tipo para aclarar, a propios y extraños, a equipo y rivales, que esto no es lo que debería ser. Que no se están haciendo bien las cosas y que cada vez hay menos equipos que lo hacen peor. Ese ha sido hasta ahora el escudo de todos. No público, porque nunca se han excusado en el mal ajeno, pero sí la tranquilidad virtual de que si hay cinco equipos peores, será que no estamos tan mal. Y ahora el Pucela lo está. Solo hay dos equipos por debajo y un rival asequible como el Granada ya saca siete puntos a los de Juan Ignacio Martínez.
De JIM de momento y, a no ser que a Carlos Suárez se le crucen los cables, también dentro de nueve días en San Mamés frente al Athletic. Mala catedral para jugársela, no obstante. El presidente ratifica continuamente a su entrenador, pero su palabra de sobra comprobado está que poco vale. Y Suárez ha demostrado en más de una ocasión que por mucha penuria que haya, si tiene que tomar una decisión drástica, la toma. Al menos lo hacía cuando era exclusivamente presidente, porque desde que también tiene la etiqueta de dueño, curiosamente, hace las cosas de forma diferente.
En Granada el Real Valladolid hizo saltar las alarmas que se habían instalado varias semanas antes. Se confirmó que el equipo no sabe qué quiere o, si lo sabe, es incapaz de plasmarlo. Se volvió a detectar una indolencia condenatoria y mosqueante, al opinador objetivo y también al aficionado fanático y no tan fanático, para el que la derrota en Los Cármenes supone un punto de inflexión en la temporada. Ha sido un basta. Se acabó la tregua, las oportunidades y la sensación de que las victorias llegarán tarde o temprano. El miedo ha llegado.
Porque el equipo no es un equipo. Es un ente desquiciado que salió al trote cochinero y que contrastó con las intenciones del Granada. Un Granada hambriento, sediento. De la misma Liga en objetivos, de otra en ambición. Y así, en 20 minutos, el partido estaba finiquitado. Antes, mucho antes, de que el Real Valladolid tirase por primera vez a puerta, ya superada la media hora de juego. Murillo y Recio dejaron un 2-0 que llevaba a la desesperación blanquivioleta. Primero avisó Piti, pero fue Murillo el que tras centro de Brahimi remató de chilena para superar a Diego Mariño. Era la segunda chilena en apenas diez minutos en contra del Valladolid. Mariño, que había empezado en su línea, tuvo una noche de sintonía con sus compañeros y se zampó el segundo gol, al no medir bien la salida y permitir a Recio cabecear a una portería completamente vacía.
Tras el descanso, la imagen del partido. Javi Pereira, segundo entrenador del Real Valladolid, arengaba y alentaba a los jugadores sin la presencia de Juan Ignacio Martínez. El entrenador parecía haberlo dicho todo en el descanso, incluso con un cambio, que dejó a un anárquico e inservible Bergdich en la caseta para dar entrada a un Larsson negado de cara a puerta.
El empuje con el que salió en el segundo tiempo el Pucela era el mínimo exigido vistó el papelón de los primeros 45 minutos. Se quedó en un amago. Porque Recio, tras un fallo garrafal de Rueda en la salida del balón, certificó la victoria granadina, que ampliaría la ventaja en el marcador con un último tanto de El Arabi que castigaba justamente a un Real Valladolid descorazonado.