0-0: Roscón sin relleno
Doble rosco, o roscón aprovechando que el Pisuerga pasar por y que estamos en. Mañana víspera de Reyes y los regalos no aparecieron por ningún lado. No se esperaban de un equipo a otro, pero sí alguna alegría a un Zorrilla tímido y apagado como pocas veces esta temporada. Ni la inquietud de los niños llevó al estadio la algarabía prevista. De hecho, hubo más murmullos que aplausos, y más penas que alegrías sobre el césped.
Porque al Real Valladolid le volvió a faltar el punch que requería la cita. El equipo está lejos de todo. Ni es un conjunto desalmado que emita tufo a descenso, ni mucho menos huele a rosas. Simplemente, no tiene aroma. Provoca una indolencia que en algún momento de la temporada varará positiva o negativamente. El camino es más hacia lo segundo.
El Betis no pareció el colista en Valladolid. Pareció un equipo más, un luchador del pelotón antidescenso al estilo y ritmo del Pucela. A ráfagas atacó y cuando no, se defendió de las perezosas ofensivas blanquivioleta. La más clara fue tan lejana que saca a relucir la problemática del equipo de Juan Ignacio Martínez para genera ocasiones de gol. Un disparo de Peña que complicó la vida a Sara, y casi más por demérito del portero pese a las buenas intenciones del lateral charro. El día que Javi Guerra no ve la portería tan grande como la grada da la sensación que pueden jugarse 180 minutos y los goles del Real Valladolid seguirían siendo los mismos: cero.
El Real Betis, que se fue encerrado y queriendo que el partido acabase, será el que acapare los resúmenes. Llegaron menos pero generaron más. Y ahí volvió a estar Diego Mariño. Por arriba y por abajo, por la izquierda y por la derecha. Achicando el peligro y el agua (¡mucha agua!) con la fregona en sus manos. La mejor fue para Jorge Molina, y no muy lejos estuvo una cabalgada de Juan Carlos, acelerado pero desacertado.
JIM volvió a innovar pero la respuesta del equipo fue casi nula. Tres mediocentros que se convirtieron en un sucedáneo de trivote. Como un pastel de cabracho sin cabracho. Así, Víctor Pérez cayó en banda, perdiendo control táctico, y Rossi deambuló lejos de su mejor versión. Sonámbulo estuvo Omar Ramos, en uno de esos partidos desquiciantes del canario, al que se le habrían acabado las oportunidades hace mucho tiempo si la plantilla fuese completa. Hoy, pese a haber entrenado y calentado en el césped del partido, se equivocó con las botas y su primera parte fue más digna de una patinadora que de un futbolista.
Y así, otro partido más. Pero ya en 2014 empieza a ser, mejor dicho, otro partido menos. En la cuerda floja de la clasificación y en la indefinición, porque el Real Valladolid no sabe si se conforma con esto o si no. Si juega bien, si juega mal; si tiene plantilla para más; si merece la pena hacer un cambio drástico o si es normal que no se superen los 15.000 espectadores un día de Navidad y regalando entradas a niños y no tan niños. Nadie sabe nada. O nadie quiere saber nada. O todos hacen que no saben nada. En el reino de los ciegos, el tuerto es el rey.