Fotos: Mariano González
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Fotos: Mariano González
Rugby  |  Copa del Rey

Una final es un final

17 de Abril de 2016
Escrito por
Sergio Horas
Tocaban las 7:30 de la mañana cuando sonaba mi despertador. Algo pronto si tenemos en cuenta que el partido era a las 13:00. Pero los 136 kilómetros que separan Valladolid de León obligaban a madrugar. El fin de semana en León ya lo contaré en otra ocasión, pero vaya pasada.

La atmósfera del partido estaba siendo tremenda, pero yo nunca pensé que fuera a tener tanto alcance. Y me di cuenta a las 10:15 cuando entraba en la ciudad por la autovía. Faltaban casi tres horas para el inicio del partido y la gente ya se agolpaba en las puertas del estadio. Aún así no imaginaba lo que se iba a vivir en apenas unas horas.

Sin apenas ver a la familia agarré el primer autobús que subía a Zorrilla cargado, como no, con cerveza. ¿Para qué más? Esa era nuestra idea. La mía y la de mis amigos. Porque estas cosas merecen la pena por la compañía. Tal era el ambiente que decidimos entrar una hora antes del pitido inicial. Y pensábamos que sería suficiente. Pero no. Con todos los asientos ocupados tocaba verlo de pie. A la heroica. Y sin alcohol.

Pero todo daba igual. El ambiente, magnifico, hacia soñar incluso al más iluso. Y es que ver un deporte en el que ambas aficiones se unen en favor de un mismo objetivo se hace raro. Como de ilusos, sí. Pero el rugby es diferente. Respeto por encima de todo.

Las entradas sin numerar ayudaban a la mezcla entre las aficiones. Una mezcla inimaginable en otros deportes pero perfectamente posible en un deporte en el que los valores están por encima de cualquier rivalidad. Por eso teníamos chamizos a la derecha y queseros a la izquierda. Y viceversa.

Aplaudir al rival es otra de las cosas que llaman la atención. Y es que estamos acostumbrados a pitar al contario, a insultarlo y provocarlo al máximo. En rugby no. Igual que aplaudes a Sam Katz, aplaude a Pablo Gil. Es lo bonito.

Y con una cerrada ovación -a los vencedores y a los vencidos- se acababa una jornada histórica para Valladolid y para el rugby nacional, que, esperamos, servirá de precedente para otros actos. Pero la próxima con cerveza.