Del calor de Pepe Rojo a la frescura de la fuente en Plaza Madrid
Los datos oficiales hablan de cerca de 6.000 espectadores en las gradas del recinto vallisoletano. Pero al margen de cifras más o menos oficiales, lo cierto es que la final de liga respondió a la expectación creada y casi una hora antes de que comenzará el encuentro el recinto ya estaba prácticamente lleno, y la carretera de acceso a las instalaciones ya registraba importantes retenciones.
Fue un partido espectacular, dentro y fuera del campo. El comportamiento de los aficionados vascos y castellanos volvió a demostrar que el rugby sí entiende de rivalidades sanas. Y eso se pudo comprobar desde los ánimos a sus jugadores en el calentamiento previo, pero sobre todo con un más que respetuoso minuto de silencio antes del pitido inicial y en cada uno de los lanzamientos a palos de los implicados, como marcan los cánones del rugby.
La alegría, como pasa siempre en una final, fue por barrios. De la ilusión vasca al inicio del partido, tras el primer golpe de castigo transformado, se pasó a la euforia creciente de los seguidores pucelanos cada vez que su equipo sumaba un nuevo ensayo. Sólo al inicio de la segunda parte, y cuando el rival se acercó a dos puntos, el miedo callò las gargantas de los queseros y la ilusión despertó los corazones de los vizcaínos.
Pero la fiesta del VRAC empezó de verdad cuando el árbitro pitó el final del partido. Invasión de campo, abrazos y gritos entre todos los presentes y, de nuevo, comportamiento ejemplar de ambas aficiones. Los ganadores reconociendo el esfuerzo de los subcampeones y estos últimos felicitando el campeón por su nuevo título.
Horas más tarde, la celebración se trasladó de Pepe Rojo a la fuente de la Plaza Madrid, donde como marca la tradición los jugadores acabaron en el agua con lo imprescindible. Por suerte, la temperatura acompañaba, aunque a esas alturas de la película eso era lo de menos.