Dos siglos contra la pared
Hubo un tiempo en el que la pelota era noble e igual vestía harapos que alta costura. Era el opio del pueblo, inyectado hasta el tuétano por la facilidad para levantar escenarios, ya fuera en el atrio de la iglesia o el muro del castillo, y su puesta en escena tan pronto llenaba las vidas de los plebeyos como alimentaba el alma de los aristócratas. Cualquier pared resultaba una buena excusa. Y una vez remangados, todos tenían el mismo color de sangre. El triste final de Felipe I, rey de Castilla por su matrimonio con Juana la Loca, supone el primer episodio conocido del arraigo que existía en estas tierras por el juego de la pelota, allá por 1506. En aquel mes de septiembre, la locura de la hija de los Reyes Católicos se disparó más si cabe tras conocer la muerte del hermoso minutos después de disputar un partido de pelota en Burgos las causas, ya fuera por beber agua helada o por envenenamiento, todavía es motivo de debate entre los historiadores-.
Sea como fuere, este suceso no restó popularidad a una modalidad que siempre se ha identificado con el País Vasco pese a los múltiples ejemplos documentados y al peso adquirido por Castilla siglos atrás. El más palpable, sin duda, la construcción de frontones que llegaron a ser la envidia de la época en el resto de la geografía. Ya en 1861 hay constancia de tres ubicados en plena capital, dos de ellos en la calle de Expósitos uno bajo techo y otro al descubierto- y un tercero en el barrio de San Nicolás. Los dos primeros, según consta en el Manual Histórico de Valladolid de Domingo Alcalde y El Indicador de Mariano González Moral, son los más antiguos de la región y, por lo tanto, referencia durante décadas para los miles de aficionados que golpearon su frontis. Para los que conocieron a su primer propietario, Gregorio García, y, como no, para los que se engancharon a su segundo dueño, José Higuera, cuando en 1871 optó por invertir parte de la fortuna adquirida en Cuba, concretamente 147.686 reales de vellón, en un local tan venerado como poco rentable.
En una época convulsa en la que la agitación social se respiraba a cada momento, este templo vallisoletano servía de vía de escape a todas las horas del día, y en él se podía ver desde gitanos, que siempre han despuntado en el deporte de la pelota, hasta personajes ilustres de la ciudad, caso del intelectual Ricardo Macías Picavea. La afición no deja crecer y tampoco de sorprender, tanto es así que la edición de El Norte de Castilla empieza a recoger denuncias ciudadanas sobre la práctica de la pelota en plena calle. Se critica que se juegue a todas horas en el Gobierno Civil, se insta a los agentes del orden a que actúen contra los que toman la glorieta de la Plaza Mayor o la fachada de la Catedral, por el lado de Santa María, como improvisados frontones. También salen a la luz las primeras apuestas, tan silenciadas hoy, que hablan de 6.000 reales.
Datos que consolidan una devoción y un apego por este deporte que pronto se traduce en una proliferación de frontones que desemboca en la inauguración del imponente Fiesta Alegre, el 7 de septiembre de 1894. En aquella época, Valladolid ya tenía una oferta pública tan variada (Expósitos, San Nicolás, y el trinquete de la calle Puente Duero, además del de La Victoria, con apenas dos años de vida) como lo era la privada (el Colegio de los Ingleses en Don Sancho, y el Colegio de Agustinos Filipinos eran los más conocidos). Pero no era suficiente. Se trataba de locales menores incapaces de albergar a los mejores profesionales de la época como se hacía en Madrid. Aquel guante lo recogió Ángel Chamorro, respaldado por dos socios, José Rodríguez y Valeriano Macuso, y de su afición nació un espectacular palacio pelotari de tres pisos, forjado en hierro de Talleres Gabilondo y cristal, con capacidad para 2.716 personas y que en su partido inaugural, a 50 tantos, enfrentó a Irún y Araquistain contra Muchacho y Sarasúa. Aquel templo iba a dar cobijo a los sueños de los aficionados y techo a un sinfín de pelotaris de primer orden, caso de Jesús Goiri, Sagarduy, Urcelay alias Gorrocha, Gordito, Tandilero, Irún, Eusebio Gárate, Pasieguito o Eloy Gaztelumendi, una jovencísima promesa que irrumpió con 15 años, a los 17 ya tenía un sueldo de 1.000 pesetas mensuales y poco después se instaló en México con categoría de ídolo. Gaztelumendi dejó su impronta en Fiesta Alegre un 22 de marzo de 1897, en un momento de máximo esplendor de la pelota en la ciudad que muy pronto, en apenas dos años, daría paso a su declive no sin antes acoger un curioso encuentro de féminas procedentes del frontón Condal, de Barcelona.
Tal y como refleja José Miguel Ortega en el libro Románticos Sportmans, el número de veladas fue disminuyendo hasta convertir el Palacio de la calle Muro en escenario de espectáculos circenses, bailes de todo tipo, cine e incluso testigo de mitines electorales. La defunción del Fiesta Alegre dejó huérfano al frontón de Expósitos y la pelota, sin llegar a desaparecer, huyó de la capital para asentarse en pueblos de honda tradición como Íscar junto a la plaza de Puelles, barrio de San Miguel-, Pedrajas de San Esteban junto a la Ronda de Santa Ana- o Medina del Campo. La hemeroteca no se olvida de otros puntos de la provincia en los que la pelota siempre ha despertado simpatías, caso de Megeces, Olmedo, Rioseco y Tordesillas, donde en tiempos se la llegó a denominar como juego del tanto.
Después de dos siglos de esplendor, la pelota perdió protagonismo en las capitales de provincia y fue poco a poco arrinconándose en los pueblos. De opio del pueblo ha pasado a estar castigado contra la pared. Basta citar el ejemplo de Madrid, que de los 22 frontones industriales que llegó a disponer, sólo dos permanecen en pie en la actualidad, e incluso éstos se tambalean hoy sin ningún futuro el frontón Madrid en la calle Doctor Cortezo y el Beti Jai de la calle Marqués de Riscal-.
En Valladolid también quedan algunos vestigios el de Expósitos pasó a mejor vida en 2006-, caso del frontón construido en su día en el pinar de Antequera por los trabajadores de Fasa Renault para competir en categoría nacional. O el de Ruiz Hernández, donde hasta hace un año se podía ver en acción a José Luis Mendilibar. Barrios como Parquesol, La Victoria, Soto de la Medinilla, San Pedro Regalado y Barrio España también conservan instalaciones con una afluencia más que discreta.
Para encontrar la verdadera afición hay que agarrarse hoy a la provincia, y engancharse a la pasión que se profesa en frontones como Íscar, Pedrajas o la vecina Vallelado -donde los orígenes en Puente Blanca todavía están recientes-, donde la pelota es religión y mucho más que una cita dominical. Por allí todavía desfilan los mejores pelotaris del momento y allí han besado la lona los todopoderosos clubes navarros y vascos. El Puertas Bamar, campeón de España y de Europa, es hoy por hoy el mejor exponente local de una modalidad que, no hay que olvidar, reportó al deporte español su primer oro olímpico en los Juegos de París1900.