La fe de la marea blanquivioleta
Hacía mucho que Valladolid no vivía con tanta ilusión un partido de fútbol, que no se vendían las entradas para un desplazamiento en menos de 2 horas, que no había largas colas en el estadio hasta el punto de hacer una lista de espera, que el equipo rival tuviera que mandar 250 entradas más, que 11 autocares tiñeran de blaquivioleta las carreteras que desplazaban a casi 900 aficionados a Alcorcón.
Pero este partido parecía diferente, vital en la recta final agónica que está llevando a cabo el Real Vallaodlid. Y así lo entendieron todos esos aficionados que descolgaron su bandera del balcón para atársela a la cintura y llevársela a Madrid a animar a su equipo. Los autobuses salieron puntuales de Valladolid y ahí comenzó la marea blanquivioleta que llegó pronto a Alcorcón, y los aficionados se dividieron entre quienes quisieron ir a dar aliento a sus jugadores en el hotel de concentración y los que esperaron la llegada del autobús del equipo en las inmediaciones del estadio de Santo Domingo. Todo vale para que los futbolistas sientan que no están solos, que vean sus colores por todas partes, ese blanco y violeta de los que se sienten tan orgullosos, porque como dice el míster, la campaña del club y ahora todo el mundo en twitter: #SomosValladolid.
A medida que se acerca la hora del partido, va llegando más gente que se incorpora a esa marea blanquivioleta, los nervios crecen y se mitigan con cánticos. Desde "que sí oé que vamos a ascender", al mítico Pucela, Pucela. Pero los aficionados de Alcorcón no se quedan atrás y ya hay mucha camiseta amarilla también llegando al estadio. El cartel de "no hay entradas" luce en las taquillas, lógico, se han vendido a 10 euros porque están en cuarta posición, juegan el play off y su hinchada les alienta con carteles de "Sí se puede".
Tras reponer fuerzas en los bares cercanos, el jaleo para buscar la puerta de entrada, saludar a los amigos, unos cuantos se hacen fotos con Caminero que se ha acercado a ver el encuentro, otros se anudan bien las banderas, otros se pintan, buscan su ubicación en este pequeño estadio, observan que les han dividido y el morado tiñe distintas partes de la grada, se sientan en su asiento amarillo y ... ¡esto ya empieza!
Aunque las canciones no cesan, los seguidores morados compiten con los amarillos que también animan lo suyo, pero el éxtasis llega con los dos goles de Nauzet. Gritos, empujones, los que pueden bajan de la grada al borde del campo como si quisieran abrazar a los jugadores, esos abrazos de gol que da Pepe Zorrillo. El bufandeo de Zorrilla se traslada y todo el mundo agita sus bufandas y banderas.
Pero como se suele decir, la alegría va por barrios, y de la euforia a la decepción con dos goles de Alcorcón que son como dos mazazos, dos jarros de agua fría, dos tortazos que les devuelven a la realidad del play off. Y de repente, el silencio. Los cánticos cesan, las radios echan humo, ya se saben todos los resultados en los otros campos. En cada cabeza, el mismo pensamiento. Todos saben que el partido de Guadalajara ya no importa, el rumor de otro pacto como el ya mítico de las anchoas entre Celta y Córdoba que les vale el empate, los fantasmas del año pasado contra Elche...
Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y esa misma fe que les ha llevado hasta ahí, les hará ir a Zorrilla a animar a su equipo el último partido, y los dos más de la fase de ascenso y así hasta el 17 de junio cuando todos tienen la vista puesta ya en la Plaza Mayor y... en Primera División.