VUVUZELAS

Natalia Ayala | Periodista
13 de Junio de 2010

¡Qué monas, qué ricas que son las trompetitas!,  reímos al pisar el aeoropuerto de Tamboo en Johanesburgo y toparnos con las primeras vuvuzelas del Mundial. En un pequeño puesto de recuerdos,  tres trompetas vestidas con los colores de España en primera fila. Primer signo de que el favoritismo de la Roja ha llegado hasta Sudáfrica.


Pasan los días, las vuvuzelas aumentan de tamaño, pero mi cariño hacia las trompetillas decrece a pasos agigantados. A estas alturas ya sabréis que este humilde instrumento de viento retumba en cada estadio de la Copa del Mundo, durante 90 minutos, en los alrededores antes de entrar y para celebrar un triunfo, un empate o, incluso, que mañana saldrá el sol. No hace falta un motivo; en este país, las vuvuzelas suenan porque sí, tienen vida propia y es una vida muy intensa.


Pudimos comprobarlo el mismo día en que arrancó el Mundial. Algo hervía en Johanesburgo, los Bafana Bafana debutaban esa misma tarde en el Soccer City y aún no había amanecido por estas latitudes del sur cuando parecía escuchar en sueños el soniquete agudo de una vuvuzela. Ni era un sueño, ni era una. Poco más de las seis de la mañana y un concierto de trompeta hizo las veces de despertador para arrancar uno de los días más duros de trabajo hasta el momento de este Mundial. 


Su sonido me acompaña a cada paso desde ese momento. Hay ratos en los que se convierte en insufrible; en otros momentos, ya apenas me doy cuenta de que está ahí. Tanta guerra han dado las vuvuzelas que el comité organizador de la FIFA se ha llegado a plantear prohibirlas en los estadios, pero las autoridades sudafricanas se han llevado las manos a la cabeza y parece poco probable que su zumbido desaparezca del todo de este panorama mundialista.


Las vuvuzelas me han dejado de hacer gracia. A estas alturas ya solo me gusta su nombre. Mis colegas me han rebautizado, ya soy “vuvuzela, la de Pucela”.