ESPERANDO AL AUTOBUS

Hoy es complicado hablar del Aula femenino si caer en la sensiblez o en el peloteo. Pero lo cierto es que este grupo de jóvenes vallisoletanas se han ganado el cariño de aficionados y medios de comunicación. Un equipo de un barrio humilde de Valladolid que, a base de trabajo e ilusión, han hecho realidad un sueño.

Pero no me voy a detener en los éxitos deportivos de un Club que, por méritos propios, estará en la elite del balonmano nacional femenino. Sino que quiero destacar el valor humano de una entidad que no ha cambiado en su esencia a pesar del crecimiento deportivo de los últimos años.

Un conjunto formado y dirigido por familiares y amigos de las propias jugadoras que quieren mantener esa identidad a pesar del vértigo que puede dar el deporte "profesional". Un equipo dirigido por un técnico, mezcla de científico de pelos locos y cantautor de lunes noche, que encierra a un entrenador de talla mundial.

Un Club dirigido por un padre de permanente traje y corbata. Correcto hasta aburrir y que, pese a pisar un terreno que le era totalmente ajeno, ha sabido rodearse de buenos consejeros y poner mucho sentido común al dificil cargo del directivo deportivo.

Una entidad con un grupo de jugadoras que son así, auténticas. Capaces de meterse en la fuente la Plaza Zorrilla sin más pudor que su propio equilibrio y que, instantes después, preguntaban con inocencia casi infantil si "a la cena del equipo había que ir guapas".

Y un Aula de verdad, capaz de lograr un ascenso histórico para el deporte vallisoletano, y esperar en la marquesina de la Acera de Recoletos a un autobús turístico que nunca llegó. No hubo llamada al Ayuntamiento, ni presión ante los medios. Sólo querían pagar su billete, hacer cola con el resto de turistas, subir al autocar de color amarillo, y vivir un éxito deportivo como lo hicieron en su día el fútbol, el balonmano masculino, el baloncesto o el rugby. Un paseo que bien se merece este grupo de campeonas.