EL ALGODÓN NO ENGAÑA

Guillermo Sanz | Periodista
7 de Diciembre de 2014

Las personas son como los cuadros, hay que juzgarles en su conjunto. A nadie con dos dedos de frente se le ocurriría ir al Prado, al Louvre o a la Galería Nacional de Londres e intentar hacer una crítica de arte juzgando una sola pincelada de un cuadro, sin intentar leer todas las líneas como un conjunto... pero es que en esta vida hay gente para todos los gustos.


Un amigo y compañero, más amigo de las estadísticas que yo, me dio el otro día un dato que volvió a poner en funcionamiento el motor de mi cabeza. ¿Sabías que Ávila es el jugador con más partidos en Asobal?, me dijo. Yo, que ponía en mi mente junto a ese ranking las caras de Hombrados, Malumbres o Barrufet, me quedé tan sorprendido como agradecido por el dato.


606 partidos con una trayectoria más limpia que la cocina del mayordomo de Tenn, ese que decía que 'el algodón no engaña', una coletilla que todos los que hemos nacido antes de una época hemos repetido ante la saciedad. Si la única tarjeta roja que ha visto en su carrera pudiera hablar, diría que fue un error. Como ella no puede, ya se encargó el árbitro de decirle con gesto contrariado que tenía la razón, aunque el reglamento dijera lo contrario.


No sé si el comité de competición, o en su defecto el de apelación, conocían este dato. Imagino que sí, pero se han empeñado en juzgar un cuadro por una pincelada, separando de su banda a un viejo rockero que nunca ha dado la nota fuera de su partitura. Con sus virtudes y sus defectos, con su carácter dentro y fuera de la pista, Ávila ha logrado ganarse el respeto, el cariño y la admiración del mundo del balonmano. Como la muralla que reina la ciudad que bautiza su apellido, eso no se construye en un día, pero sí que la puede derribar con un bombardeo mal dirigido, por unas personas que deben de estar libres de pecado para tirar la primera piedra.


Ni el aval de su trayectoria le ha impedido caer en la casilla de la cárcel durante tres turnos, y todo por toparse con los dos únicos andaluces que en vez de salero tienen pimentero. Según la vox populi, 'chupaplanos' de una película en la que los protagonistas son otros. Una versión acogida a la bula papal a la que se aferran los árbitros que ha sido respaldada por los comités, los mismos que entienden que las personas encargadas de dirigir partidos son ciborgs sin margen de error.


La complejidad de arbitraje es innegable, los fallos son algo que va en el ADN de cualquier persona, se comprende, se entiende e incluso se perdona, aunque te perjudique. Nadie está libre de fallar, eso nos hace aprender, pero si fallar es humano, reconocer el fallo es divino. Las normas en el deporte deben conducir por una carretera de doble sentido. Sentimiento utópico de una realidad que no es así, mientras que Ávila se ha tenido que mudar a un ecosistema que no es el suyo, la grada, los que le han exiliado siguen paseándose por el parqué.


Sólo Ávila sabe qué le dijo a los árbitros (en cualquier caso no lo que cuenta el acta del partido ante Teucro), y yo no necesito saberlo para arrebatarle el beneficio de la duda con la alegría que lo hacen otros. El jugador es más San Bernardo que chiguagua. No ladra al aire, ni histéricamente; es noble y fuerte. Tranquilo. Si levanta la voz es porque alguien le ha pisado la cola. Tal vez se haya equivocado, como lo hacemos todos, pero a mí Ávila me ha dado 605 pinceladas de pasión antes que esta. Suficiente para valorar su obra como creo que se merece.