CLEMENTE, EL EQUIPO A Y EL PURO DE LA VICTORIA
Javi tiene un plan para asaltar Barcelona. Prepara el `Clementazo´ y el "FBI" tan sólo lo intuye. Esconde compulsivamente sus cartas, para así degustar mejor el puro del triunfo. (Bocanada) "Me encanta que los planes salgan bien".
Precinta sus sesiones de entrenamiento y habla por los codos. Explica y esconde su estrategia. De puertas para fuera transmite serenidad. Ha librado muchas batallas y sabe, como el coronel John "Hannibal" Smith, que para acercarse a los objetivos hay que divisar la botella medio llena.
Javi no es un mercenario, ocupación de los miembros del Equipo A durante la etapa en la que se dedicaban a huir del Coronel Derryck. Su oficio es su hobby. El que más le gusta practicar por mucho que le agote. Si no, se aburre.
Le mueve su nervio, el mismo que le ha curtido a lo largo de su trayectoria y ha colgado en sus hombros variopintos galones. Ahora, diseña el plan más complejo. Prepara una fuga inverosímil y, hasta el día "D", huele como un zorro los peligros que pueden echar al traste su evasión.
Tiene muchas preocupaciones. Entre ellas se encuentra suplir a su sargento "M.A" Barracus, es decir, el encargado de blindar el triunfo de las amenazas más temidas. Con la lesión de Nivaldo, otros integrantes dan un paso al frente para ocupar un puesto entre los escogidos. "El fusil, recio", exhorta.
Sí estará, y más fino, el proveedor encantador. Diego Costa, el brasileño bromista que interpreta al seductor Templeton "Fenix", la mano derecha de un coronel que le aguanta la sorna. Y es que sabe que, sin su lucidez, no encontrará ni el encendedor para el puro.
Sin embargo, Costa lo tendrá complicado. Las musas se retrasarán y puede que no dé tiempo a que sus dañinas artes aparezcan si el plan de Javi no resulta lo suficientemente bueno. Es lo que tiene que el bando contrario posea un arsenal mucho más potente y devastador.
Más jaqueca le produce al indomable Javi su piloto. Manucho, con gorra a lo capitán "Murdock", es el encargado de llevar al puerto más seguro posible el plan de Clemente, quien, paradójicamente, clama al cielo para que el angoleño disipe sus extravagancias y se centre en desplegar el tren de aterrizaje en zona segura y tras penetrar terreno hostil.
La afición anhela el milagro que le libre de la pesadumbre, de la congoja o de la irritación y así descargar la adrenalina acumulada. El nuevo coronel se ha granjeado una fama y su labor, hasta el momento, satisface. Sólo resta comprobar si Don Javier prende, una vez acabada la demencial contienda, un Habano de dimensiones innombrables (que me perdonen las damas). ¡Alea jacta est!