NO HAY CONSUELO POSIBLE
Lágrimas, muchas lágrimas, se vieron en el pabellón de La Albercia. No era para menos. Se puede perder una final, pero la tanda de penaltis es una de las formas más crueles que tiene el deporte de elegir un vencedor.
No había consuelo posible para jugadores y afición. Un Atlético Valladolid al completo que lo había dado todo durante más de dos horas de final y que se había quedado a unas milésimas del ascenso.
Lágrimas en especial para un Alfonso de la Rubia que, un año después, volvió a vivir la pesadilla que ya le tocó con Alcobendas y volver a fallar del lanzamiento del ascenso. No fue culpa suya, y así lo entendían los numerosos compañeros, rivales y seguidores que se acercaron al central para consolarle.
Lágrimas también para el portero César Pérez que, tras un partido soberbio, no pudo culminar su actuación deteniendo un penalti más. El amuleto que puso su compañero Rey Gutiérrez en el poste de la portería no fue esta vez el talismán para el ascenso.
Lágrimas contenidas de Fernando Hernández o de Avila, que tal vez disputaron en Santander su último partido como jugador de balonmano. El extremo, a sus 42 años, volvió a ser el máximo goleador, el hombre que disputó los 70 minutos y el líder del equipo. El universal, por su parte, supo estar cuando se le pidió y demostrar que la ilusión puede con todo. Ambos querían despedirse con un ascenso y el no conseguirlo abre la puerta a una posible continuidad.
Y lágrimas también de una afición que estuvo incansable desde el minuto uno hasta cuando, pasadas las tres de la tarde, los jugadores subían al autocar que les llevaba camino de Valladolid. Unos seguidores de diez para un equipo de diez, que en Santander demostró que se merece estar en Asobal. Más pronto que tarde.