¡CUIDADO, LLEGAN LOS PERIODISTAS!
En la carrera nos enseñaron que los periodistas ostentamos, nada más y nada menos, que el cuarto Poder del Estado. Incluso -ilusa de mi- quizá para abarcar más yo aumentaba este poder hasta la primera posición. Si la prensa generalista podía dar un vuelco político en apenas dos días y si la deportiva era capaz de traer y de quitar con la misma efusión y entusiasmo a un técnico o a un galáctico, ¿quién iba a negarle a la prensa el primer puesto?
Con el tiempo y, sobre todo, ya fuera de la facultad te vas dando cuenta de que el periodista no está tan valorado como pensabas en un principio. Ese privilegio lo tienen tres o cuatro mediáticos (y algún tertuliano del corazón que también se hace llamar informador por estar frente a una cámara) pero el grueso de los que hacemos opinión pública tenemos que pelear día sí y día también por hacernos reconocer.
Las instituciones, clubes, asociaciones y personajes suelen hacer más caso y ponen mayor empeño cuanto más conocido es el medio. Las exclusivas no valen igual si eres el medio X (líder de la región) a si perteneces al Y (uno más de la región). La disponibilidad y rapidez de respuesta del jefe de prensa tampoco es la misma si llama el periodista del X o si lo hace el del Y. Y ya no hablemos de si encima quien acude a la rueda de prensa es un joven de prácticas e inexperto. Como no ande espabilado se queda hasta sin dossier.
Al margen de éstas, también suelen darse otras situaciones curiosas en algún momento. Por ejemplo, encontrarte con un segurata de los de por encima de mi cadáver. Esto quiere decir que o llevas una acreditación encima (de papel ya que las de palabra no cuentan) o no entras a cubrir el evento. Y ya puedes llamar al jefe, o los organizadores de la actividad o al presidente del Gobierno, que como no sea el superior inmediato del segurata te quedas en la puerta como cuando teníamos 15 años y queríamos entrar en la discoteca de moda. Con la misma cara de tonto.
Entonces, por obligación hacia nuestros lectores, decidimos quedarnos allí, a esperar en la puerta a que acabe el evento y poder entrevistarnos cinco minutos con el organizador, antes de que se vaya escopetado para su casa. Organizador que luego nos comenta, a modo de pequeña crítica, que los medios no damos suficiente cobertura a determinados actos. Así que ahí te quedas, con cara de circunstancias y dudando entre reír o decirle que no te extraña.
Al fin y al cabo, todas estas cosas son inconvenientes menudos del día a día periodístico. Todavía podemos dar suerte de que nos dejen entrar a los estadios sin tener que pagar por retransmitir y dar publicidad a los clubes, acudir a las ruedas de prensa y poder hacer tantas preguntas como deseemos e ir con la tranquilidad de saber que no nos van a vetar por pertenecer a algún medio determinado. ¿O sí hemos llegado a esta situación? No creo, somos el cuarto poder, quienes mantenemos y damos vida a todos estos personajes. ¿Por qué iban a morder la mano que les da de comer?