ACHIISSS
Tenía que llegar. El invierno en Sudáfrica estaba previsto; las temperaturas bajo cero, no. El Mundial ha cogido ritmo y el trabajo se multiplica. Echo de menos las reuniones para abrir el día tomando un café al aire libre, salir a los pasillos del IBC y encontrarte con el colorido de una alcachofa de una radio mexicana, con el presentador pintón de la emisora brasileña o charlar con la voluntaria llegada de Pretoria.
Johanesburgo no tiene costa, pero recibe divinamente a las olas, por lo menos a este tsunami de frío que congela los dedos, las ideas y también un poquito el fútbol. En mi maleta no hay suficiente ropa de abrigo -los inviernos son suaves, dijeron-, así que mañana me tocará salir de compras en un mini-tiempo muerto de los que tenemos por aquí. He fichado un par de parkas de alegres coloridos y un par de guantes mientras me escapaba a una farmacia para que los síntomas gripales remitan. ¿Escapaba? Imposible, quise decir cuando me conducían hacia un gran centro comercial a diez minutos del IBC. Siempre acompañada, siempre con mil ojos.
El centro comercial, Southgate, es el Vallsur del lugar. Es lo que tiene la globalización, pero mañana me vendrá bien encontrar una zamarra en condiciones y no una toalla multicolor, que es lo que llevan muchas jóvenes sudafricanas atado a la cintura para resguardarse de estas gélidas temperaturas.